viernes, 21 de agosto de 2020

Por Cristo, Con Él Y En Él por Alexander León (Clir)

 

 


Por Cristo, Con Él Y En Él

Alexander León

Solus Christus corresponde a la cuarta afirmación solemne de la Reforma Protestante, y se refiere a la centralidad de la persona y obra del Señor Jesucristo.

Deseo exponer dos elementos que considero esenciales al estudiar esta “SOLA”, exponer la relación de esta sola con las demás y finalmente aplicar esta importante doctrina a la Iglesia de hoy.

 

1.           EL OFICIO DE CRISTO COMO MEDIADOR

El primer elemento esencial a considerar se refiere a Cristo como Mediador único y perfecto del pueblo de Dios.

La Biblia nos enseña que la salvación de los hombres es una obra trinitaria. El Padre desde la eternidad eligió un pueblo, el Hijo vino al mundo como hombre y realizó la obra necesaria para la redención (liberación y rescate) de ese pueblo y el Espíritu Santo aplica la redención lograda por Cristo a los elegidos.

Muchos textos bíblicos pueden citarse, pero deseo comenzar por un salmo mesiánico. El Salmo 110 dice:


“Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra,

Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; Domina en medio de tus enemigos. Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, En la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora Tienes tú el rocío de tu juventud. Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec” (Salmo 110).

En este salmo observamos lo que suele llamarse el “pacto de la redención”, según el cual en la eternidad el Padre ofrece un pueblo a Su Hijo, y se describen sus oficios como Rey y Sacerdote.

A Cristo se le da la vara de poder, lo cual también nos recuerda el Salmo 45 y la cita del escritor a los Hebreos llamando Dios al Hijo y diciendo que él tiene el “cetro de justicia” (Salmos 45:6; Hebreos 1:8). 

Cristo es el Rey del pueblo de Dios, pero este pueblo está compuesto por personas que un día se ofrecieron voluntariamente a Él. Ese día es llamado “el día de tu poder” y ese día especial debe referirse a la aplicación de la obra de redención a los elegidos, ya que se afirma que este pueblo es ofrecido a Cristo “en la hermosura de la santidad”, algo imposible de cumplir para los que no sean regenerados. Algunos han afirmado que la humillación de Cristo también aparece en este salmo porque en el versículo 7 dice: “…Del arroyo beberá en el camino, por lo cual levantará la cabeza” y pienso que esto coincide con lo que también Isaías afirmó cuando dijo “…verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11). 

Prestemos atención ahora a la gravedad y solemnidad con la cual Cristo es establecido como Sacerdote (mediador) del pueblo de Dios. Esto es un juramento divino (Salmos 110:4). 

¡Qué triste era la situación en el siglo xvI, la cual prevalece en el catolicismo romano! Dios el Padre era inalcanzable, pero también Cristo era inalcanzable y entonces al pueblo se le ofrecían múltiples mediadores, ángeles y santos que estaban cercanos a Dios y podían interceder o servir como mediadores en favor de los mortales. 

La Reforma Protestante defendió que Cristo es el único que podía representar al pueblo de Dios ante el trono de la majestad divina, porque Él tomó nuestra naturaleza humana sin perder jamás la dignidad de Hijo. 

Aunque Roma seguía afirmando a Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre, anulaba la aplicación de esta preciosa verdad en la vida de los creyentes. Con el apóstol Pablo debemos afirmar: “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). Creer en la posibilidad de otra mediación adicional es ignorar el juramento divino y la dignidad sacerdotal que se le dio exclusivamente a Cristo.

 

2.           EL SACRIFICIO DE CRISTO 

El segundo aspecto a considerar tiene que ver con el propósito de su sacrificio expiatorio y su suficiencia. El apóstol Pablo afirma que Cristo “…se ofreció a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). 

Muchos cristianos todavía parecen ignorar la razón por la cual Cristo tuvo que morir y el alcance de su sacrificio. ¿Fue aceptado el sacrificio de la cruz como una ofrenda suficiente o falta algo para completar la redención? El τετέλεσται del Cristo agonizante (Juan 19:30) se vuelve una mentira en la teología de muchos porque parece que no todo fue consumado en aquella Cruz. 

En Cristo el creyente tiene todo lo que necesita para presentarse ante Dios en el día del Juicio. Su justicia perfecta es imputada a los creyentes (Romanos 5:1) y el pago de la deuda por los pecados fue cancelado porque “…con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). 

Haciendo un breve resumen, tenemos que Solus Christus significa que en Cristo los cristianos tienen todo lo que necesitan, porque el Hijo de Dios logró todo lo necesario para el perdón de nuestros pecados pasados, para nuestra reconciliación con Dios y para satisfacer   Su justicia. Cualquier sistema sacerdotal y de mediación humana es ineficaz y cualquier otro camino, aparte de Cristo, lleva a la condenación, como está escrito “…y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el Cielo dado a los hombre en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

 

LA RELACIÓN DE ESTA SOLA CON LAS DEMÁS 

¿Cómo se relaciona “Solus Christus” con las demás solas? 

Sola Scriptura: Para poder tener el conocimiento correcto de Cristo y de la perfección de sus oficios como Profeta, Sacerdote y Rey del pueblo de Dios, es necesario tener acceso a las Escrituras. Únicamente por medio de la Palabra de Dios leída, enseñada o predicada puede un pecador llegar a tener el conocimiento necesario para la salvación en Cristo (Colosenses 1:5). 

Sola Gratia: La aplicación de los beneficios del sacrificio de Cristo es realizada por el Espíritu Santo en los elegidos. Nadie puede llamar a Jesús Señor si no es por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:2). 

Sola Fide: Aquellos a los que el Espíritu Santo da vida, reciben el don de la fe. Esta fe es salvífica en virtud del objeto en el cual se deposita. El objeto de la Fe en Cristo (Hechos 26.18). 

Soli Deo Gloria: Cristo es el único en el cual el Padre  se complace, es el único cuyos méritos son perfectos. Solo los que están en Cristo pueden vivir para la gloria de Dios. (Filipenses 1:11). 

¿Pueden afirmar esta “sola” los evangélicos del siglo xxI? 

El catolicismo romano persistió en sus errores confirmando en el Concilio de Trento la validez de la mediación de María, los santos y los ángeles. Es claro también que para esa iglesia apóstata Cristo no es la cabeza de la Iglesia sino un hombre que supuestamente recibió esta investidura en sucesión del apóstol Pedro. Pero, ¿y los evangélicos? ¿Qué piensan los evangélicos? ¿Entendemos las implicaciones de esta doctrina? 

Casi todas las sectas rechazan la doctrina del sacrificio sustitutorio de Cristo y al igual que el catolicismo romano, no pueden ver en la obra de Cristo la redención consumada. No obstante, tristemente muchos de los que entran  dentro del llamado “protestantismo evangélico” están comportándose como si Cristo no fuera suficiente. ¿Por qué andan las iglesias detrás de todo viento de doctrina? ¿Por qué andan en busca de un nuevo mover del Espíritu    o de una experiencia adicional? ¿No tienen a Cristo? El apóstol Pablo afirma que “nosotros estamos completos en Él” (Colosenses 2:10). ¿No nos basta Cristo? ¿No es Él suficiente? Si hemos de necesitar algo es conocer más a Cristo y encontrar nuestro deleite en Él. 

Además de esto, muchos han dejado el catolicismo romano con su sacerdocio de supuesta sucesión apostólica por otros “mediadores evangélicos”. Estos supuestos ungidos pretenden estar más cerca de Dios que los demás cristianos y aunque hablan de Cristo y tienen la Biblia, están predicando a un Cristo que no parece haber realizado una redención completa. Debemos rechazar y denunciar ese falso evangelio. Por último, si nuestros amigos arminianos reconocieran las implicaciones de su posición teológica, tendrán que admitir que ellos no pueden afirmar “Solus Christus” de una manera consistente. Si el sacrificio de Cristo brinda solo una posibilidad de salvación, pero no garantiza la salvación de nadie en particular, entonces    la salvación no depende exclusivamente de su sacrificio, sino que a su sacrificio hay que añadirle la participación humana que hace posible la aplicación de este sacrificio. 

Si somos evangélicos, debemos defender que Cristo es todo lo que necesitamos y que Su sacrificio es suficiente, y que lo que el pecador debe hacer es rendirse y reconocer que no puede colaborar en nada para la salvación. El que así se rinde a Cristo en arrepentimiento y fe estará completo, no tendrá que andar buscando nada más porque el que lo tiene a Él, lo tiene todo. 

La antigua doxología que todavía se repite en el rito de la misa romana resulta una contradicción si hay otra manera de llegar a Dios y lamentablemente ellos la usan en el ofrecimiento de un sacrificio innecesario y abominable a los ojos de Dios. Creo en cambio que los que abrazamos la fe reformada sí podemos decir estas palabras entendiendo lo que significan y gozándonos en esta verdad: “Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”.

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El Pastor Alexander León es un ardiente defensor de la adoración bíblica, racional y reverente al Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Está casado con Ingrid Umaña y tienen una hija de nombre Abigaíl. Es Ingeniero Informático de profesión, pero su corazón está en el servicio de Cristo. Sirve como uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada de Los Lagos, en Heredia, Costa Rica (fereformada.org). Allí es también director del ministerio Liberando a los Cautivos (liberandoaloscautivos. com), dedicado a ayudar a personas que se encuentran atrapadas en pecados sexuales, para que encuentren libertad en Cristo.

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 -          Boletín Teológico Clir, Reforma Siglo XXI, Volumen 18, N°1, Abril 2016; "El legado Reformado de la Iglesia de Hoy", pág. 99-106

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