jueves, 30 de enero de 2020

Sola Fide por Guillermo Green (CLIR)


Sola Fide  
Guillermo Green

Todas las  versiones  del  cristianismo  creen  en  la  fe. Todas hablan de la fe y todas incluyen la “fe” en sus sistemas doctrinales. Antes de la Reforma Protestante del siglo XVI, hubo un largo desarrollo de la doctrina sobre   la fe. Parecería extraño que los reformadores pelearan por un aspecto de la salvación tan básico y tan aceptado como lo era la “fe”, ¿no?. Cuando los reformadores distinguían su credo con “sola fide”, ¿qué estaban tratando de definir? No estaban diciendo que lo único importante en la salvación fuese la fe. Hoy abundan herejías que usan la fe como un poder mágico para obtener lo deseado — pensemos en movimientos como “La Palabra de Fe” de Kenneth Copeland, o las aberraciones de Cash Luna—. Los reformadores del siglo XVI tenían una teología robusta que abarcaba toda la gama de la enseñanza Bíblica. Para solo un ejemplo, pensemos en la Institución de Juan Calvino, escrita como manual de enseñanza para todos, la cual cubre muchísimos temas teológicos. Por lo tanto, debemos entender primero que los reformadores  no estaban diciendo que lo único que contara en la vida cristiana fuese la fe. Ni siquiera estaban afirmando que lo más importante en la vida cristiana fuese la fe.

Lo que significa sola fide en el contexto del siglo XVI es su relación con la justificación. La teología católico-romana antes de la Reforma afirmaba que el cristiano es justificado por el amor. La teología escolástica anterior a la Reforma había sumido la doctrina de la justificación en un pantano confuso de términos y sutilezas. Distinguían entre la fides informis (asentimiento intelectual) y la fides formata (fe formada en amor). Se enseñaba que la primera consistía en el asentimiento a lo que la Iglesia enseñaba, pero era insuficiente para ser justificado. La segunda era una fe que obraba el amor, producto de la gracia infusa, mediada por los sacramentos de la Iglesia. Era con base en la caridad o el amor que el cristiano era justificado, ya que sus obras de amor merecían su justificación. Roma enseñaba una doctrina de “justificación progresiva”, ligada a los sacramentos de la Iglesia, mediante los cuales el cristiano avanzaba en justicia. También hablaba de la “justificación por la fe”, pero definía la “fe” como incluyendo obras meritorias de amor. Para un buen resumen, el lector puede consultar a Juan Calvino, La Institución de la Religión Cristiana, III:I:1ss. El Concilio de Trento, la sección VI sobre “La justificación”, da la posición oficial de Roma.

Cuando los reformadores redescubrieron la verdadera doctrina bíblica de la justificación, pudieron  establecer  con claridad la diferencia entre la justificación y la santificación, las cuales Roma había mezclado. Lutero y los demás declararon que el pecador es totalmente incapaz de cualquier mérito ante Dios para su propia justificación, ya sea impío o sea cristiano. Ninguno puede hacer nada que amerite la justificación de Dios. El pecador solo podría justificarse cumpliendo perfectamente la ley de Dios, y eso ningún ser humano lo puede hacer. Por tanto, la justificación es un don que proviene totalmente de Dios, totalmente por su gracia, mediante el regalo de la fe, que   es también totalmente un regalo de Dios. Por esta razón    las “cinco  solas” siempre van juntas. La salvación es por   la “sola gracia” de Dios, mediante la “sola fe” (no obras de amor), “solo para la gloria de Dios”.

En el Catolicismo Romano, la fe formaba parte de la acción humana en amar, y esta era la base en que Dios justificaba al pecador. No se negaba que Cristo fuera el fundamento de la justificación, pero se enseñaba que la gracia de Dios era  mediada  por  los  sacramentos,  y  que el cristiano debía cooperar para apropiarse de esa gracia, produciendo  obras  de  caridad.  Al  alejarse  del  pecado    y ser formado en amor, Dios “justificaba” al pecador declarándolo cual era: más justo (de lo que era antes de obrar en amor). No obstante, Roma negaba rotundamente que el pecador pudiera considerarse “justificado”  de manera definitiva (excepto por una revelación especial de Dios dada solo a los muy santos, ver Trento VI:IX, XII). Para Roma, la justificación era progresiva, nunca una declaración definitiva de Dios. La fe jugaba el papel de ser un esfuerzo cooperativo con la gracia de Dios. Así que, la justificación, para Roma, no era por la “sola” gracia (sino por la cooperación del pecador) y no fue por la “sola” fe (sino por obras continuas de penitencia y amor). Roma no niega ni la gracia ni la fe. Lo que niega es que sea “solo” por la gracia ni “solo” por la fe.

A manera de comentario parentético, es curioso cuán cerca están muchos evangélicos a la teología romanista. He escuchado a muchos incluir en sus oraciones frases como “Dios, tú miras nuestros corazones” o “Dios, tú conoces     lo que hay en nuestros corazones”. Por lo general, estas frases no son un preludio a pedir perdón a Dios, aunque ciertamente Dios sí mira nuestros corazones, ¡pero lo que   ve es el pecado! Sin embargo, muchos evangélicos declaran con confianza que saben que Dios mira sus corazones, y   por lo tanto, Dios debe conceder alguna petición, porque     el que ora lo hace con sinceridad, haciendo un esfuerzo por agradar a Dios. Esta es exactamente la doctrina Romanista. El evangélico moderno se une al católico  tridentino  al  pedir que Dios vea el amor en su corazón, y cumpla su promesa de justificación progresiva (expresada de diversas maneras). ¡Muchos evangélicos han abandonado  la Reforma y han vuelto a Roma!

Volviendo a nuestro tema, los reformadores comprendieron correctamente las enseñanzas bíblicas y afirmaron que la fe es un don gratuito de Dios, y funciona como el instrumento para la justificación. En la justificación, Dios declara inocente al pecador por los méritos de Cristo, los cuales son imputados al creyente por la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos  5:1).  La  Confesión de Fe de Westminster afirma que el cristiano es justificado gratuitamente, por la imputación de la obediencia y satisfacción de Cristo (XI:1).

Jacobo Arminio, de la segunda generación de la Reforma, vuelve a enseñar una especie de semi-pelagianismo al igual que Roma. Arminio afirma que el hombre no puede guardar la ley a causa de su naturaleza pecaminosa. Sin embargo, Dios acepta la fe del creyente como sustituto de guardar la ley, siendo esta una “obediencia evangélica”. De este modo, aunque de manera sutil, la fe llega a ser una obra humana una vez más, no el instrumento gratuito para ligarnos a Cristo. El arminianismo vuelve por el camino a Roma y es el fundamento de muchas iglesias evangélicas hoy en día. La Confesión de Fe de Westminster combate esta aberración también, afirmando que no somos justificados porque se nos impute la fe, ni ninguna otra “obediencia evangélica”, sino por los solos méritos de Cristo (XI:1).
¿Cuál es la importancia de la doctrina de “Sola fide”? Pues, afecta profundamente nuestro concepto de la salvación. Si nosotros consideramos que por nuestra  fe  cooperamos  para ser justificados, ¿qué pasa cuando nuestra fe se desvanece, se debilita, se acobarda o es tentada? ¡Perdemos toda confianza de la salvación! ¡El desánimo y la derrota   se apoderan de nosotros! La única solución es el eterno camino de la penitencia como obra (católica o evangélica, es casi igual; el católico debe caminar de rodillas sobre piedras para hacer penitencia, y el evangélico arminiano debe caminar el pasillo y bautizarse otra vez). En lugar de mirar solo a Cristo, quien me imputó sus méritos una vez    y para siempre, debo intentar propiciar a Dios mediante varias obras de caridad para demostrar una vez más que   soy digno de ser  justificado.  Esta  incertidumbre  le  roba al pecador el gozo de su salvación, de la victoria sobre el pecado, y le roba a Dios la gloria en salvar soberanamente.

Este último punto fue el más importante para los reformadores. Todas las “solas” de la Reforma se dirigen al más grande “Soli Deo Gloria”, ¡Solo a Dios la gloria! Las cinco solas se tratan de cuál es la verdadera religión bíblica. ¿Es la salvación un proceso confuso en que tanto Dios como el pecador cooperan para ver si acaso se salva, o es la salvación “de Jehová”? Los reformadores contestaron con firmeza que Dios en Cristo es “Autor y Consumador de la fe”, ¡real y completamente! Si es así, Dios debe recibir toda la gloria. Algo menos no es la religión que la Biblia enseña; es robarle a Dios lo que es suyo. Es idolatría.

Una última palabra: Hay muchos, tanto católicos como evangélicos, que no son consistentes en sus creencias. Están confundidos por las iglesias en que se encuentran. Su teología, cuando tratan de expresarla, es incoherente, inconsistente. Sin embargo, de rodillas en oración, ellos están conscientes de que dependen totalmente de la gracia de Jesucristo, y sus vidas en la práctica reflejan una fe verdadera. A estas personas hay que ayudarles a comprender las malas enseñanzas que los han confundido para que se unan a la Iglesia de Jesucristo en darle a Dios toda la gloria por el don de la fe que ha obrado en su pueblo por gracia.

¡Soli Deo Gloria por su don de la fe!



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 -  Boletín Teológico Clir, Reforma Siglo XXI, Volumen 18, N°1, Abril 2016; "El legado Reformado de la Iglesia de Hoy", pág 48-54

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