Sola Fide
Guillermo Green
Todas
las versiones del
cristianismo creen en
la fe. Todas hablan de la fe y
todas incluyen la “fe” en sus sistemas doctrinales. Antes de la Reforma
Protestante del siglo XVI, hubo un largo desarrollo de la doctrina sobre la fe. Parecería extraño que los
reformadores pelearan por un aspecto de la salvación tan básico y tan aceptado
como lo era la “fe”, ¿no?. Cuando los reformadores distinguían su credo con
“sola fide”, ¿qué estaban tratando de definir? No estaban diciendo que lo único
importante en la salvación fuese la fe. Hoy abundan herejías que usan la fe
como un poder mágico para obtener lo deseado — pensemos en movimientos como “La Palabra de Fe” de Kenneth Copeland,
o las aberraciones de Cash Luna—. Los reformadores del siglo XVI tenían una teología
robusta que abarcaba toda la gama de la enseñanza Bíblica. Para solo un
ejemplo, pensemos en la Institución de Juan Calvino, escrita como manual de
enseñanza para todos, la cual cubre muchísimos temas teológicos. Por lo tanto,
debemos entender primero que los reformadores
no estaban diciendo que lo único que contara en la vida cristiana fuese
la fe. Ni siquiera estaban afirmando que lo más importante en la vida cristiana
fuese la fe.
Lo que
significa sola fide en el contexto del siglo XVI es su relación con la
justificación. La teología católico-romana antes de la Reforma afirmaba que el
cristiano es justificado por el amor. La teología escolástica anterior a la
Reforma había sumido la doctrina de la justificación en un pantano confuso de
términos y sutilezas. Distinguían entre la fides
informis (asentimiento intelectual) y la fides formata (fe formada en amor). Se enseñaba que la primera
consistía en el asentimiento a lo que la Iglesia enseñaba, pero era
insuficiente para ser justificado. La segunda era una fe que obraba el amor,
producto de la gracia infusa, mediada por los sacramentos de la Iglesia. Era
con base en la caridad o el amor que el cristiano era justificado, ya que sus
obras de amor merecían su justificación. Roma enseñaba una doctrina de “justificación progresiva”, ligada a los
sacramentos de la Iglesia, mediante los cuales el cristiano avanzaba en
justicia. También hablaba de la “justificación
por la fe”, pero definía la “fe” como incluyendo obras meritorias de amor.
Para un buen resumen, el lector puede consultar a Juan Calvino, La Institución
de la Religión Cristiana, III:I:1ss. El Concilio de Trento, la sección VI sobre
“La justificación”, da la posición
oficial de Roma.
Cuando los
reformadores redescubrieron la verdadera doctrina bíblica de la justificación,
pudieron establecer con claridad la diferencia entre la
justificación y la santificación, las cuales Roma había mezclado. Lutero y los
demás declararon que el pecador es totalmente incapaz de cualquier mérito ante
Dios para su propia justificación, ya sea impío o sea cristiano. Ninguno puede
hacer nada que amerite la justificación de Dios. El pecador solo podría
justificarse cumpliendo perfectamente la ley de Dios, y eso ningún ser humano
lo puede hacer. Por tanto, la justificación es un don que proviene totalmente
de Dios, totalmente por su gracia, mediante el regalo de la fe, que es también totalmente un regalo de Dios. Por
esta razón las “cinco solas” siempre van
juntas. La salvación es por la “sola gracia” de Dios, mediante la “sola fe” (no obras de amor), “solo para la gloria de Dios”.
En el
Catolicismo Romano, la fe formaba parte de la acción humana en amar, y esta era
la base en que Dios justificaba al pecador. No se negaba que Cristo fuera el
fundamento de la justificación, pero se enseñaba que la gracia de Dios era mediada
por los sacramentos,
y que el cristiano debía cooperar
para apropiarse de esa gracia, produciendo
obras de caridad.
Al alejarse del
pecado y ser formado en amor,
Dios “justificaba” al pecador declarándolo cual era: más justo (de lo que era
antes de obrar en amor). No obstante, Roma negaba rotundamente que el pecador
pudiera considerarse “justificado” de
manera definitiva (excepto por una revelación especial de Dios dada solo a los
muy santos, ver Trento VI:IX, XII). Para Roma, la justificación era progresiva,
nunca una declaración definitiva de Dios. La fe jugaba el papel de ser un
esfuerzo cooperativo con la gracia de Dios. Así que, la justificación, para
Roma, no era por la “sola” gracia (sino por la cooperación del pecador) y no
fue por la “sola” fe (sino por obras continuas de penitencia y amor). Roma no
niega ni la gracia ni la fe. Lo que niega es que sea “solo” por la gracia ni
“solo” por la fe.
A manera de
comentario parentético, es curioso cuán cerca están muchos evangélicos a la
teología romanista. He escuchado a muchos incluir en sus oraciones frases como
“Dios, tú miras nuestros corazones” o “Dios, tú conoces lo que hay en nuestros corazones”. Por lo
general, estas frases no son un preludio a pedir perdón a Dios, aunque
ciertamente Dios sí mira nuestros corazones, ¡pero lo que ve es el pecado! Sin embargo, muchos
evangélicos declaran con confianza que saben que Dios mira sus corazones,
y por lo tanto, Dios debe conceder
alguna petición, porque el que ora lo
hace con sinceridad, haciendo un esfuerzo por agradar a Dios. Esta es
exactamente la doctrina Romanista. El evangélico moderno se une al católico tridentino
al pedir que Dios vea el amor en
su corazón, y cumpla su promesa de justificación progresiva (expresada de
diversas maneras). ¡Muchos evangélicos han abandonado la Reforma y han vuelto a Roma!
Volviendo a
nuestro tema, los reformadores comprendieron correctamente las enseñanzas
bíblicas y afirmaron que la fe es un don gratuito de Dios, y funciona como el
instrumento para la justificación. En la justificación, Dios declara inocente
al pecador por los méritos de Cristo, los cuales son imputados al creyente por
la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos
5:1). La Confesión de Fe de Westminster afirma que el
cristiano es justificado gratuitamente, por la imputación de la obediencia y
satisfacción de Cristo (XI:1).
Jacobo
Arminio, de la segunda generación de la Reforma, vuelve a enseñar una especie
de semi-pelagianismo al igual que Roma. Arminio afirma que el hombre no puede
guardar la ley a causa de su naturaleza pecaminosa. Sin embargo, Dios acepta la
fe del creyente como sustituto de guardar la ley, siendo esta una “obediencia
evangélica”. De este modo, aunque de manera sutil, la fe llega a ser una obra
humana una vez más, no el instrumento gratuito para ligarnos a Cristo. El
arminianismo vuelve por el camino a Roma y es el fundamento de muchas iglesias
evangélicas hoy en día. La Confesión de Fe de Westminster combate esta
aberración también, afirmando que no somos justificados porque se nos impute la
fe, ni ninguna otra “obediencia evangélica”, sino por los solos méritos de Cristo
(XI:1).
¿Cuál es la
importancia de la doctrina de “Sola fide”? Pues, afecta profundamente nuestro
concepto de la salvación. Si nosotros consideramos que por nuestra fe
cooperamos para ser justificados,
¿qué pasa cuando nuestra fe se desvanece, se debilita, se acobarda o es
tentada? ¡Perdemos toda confianza de la salvación! ¡El desánimo y la
derrota se apoderan de nosotros! La
única solución es el eterno camino de la penitencia como obra (católica o
evangélica, es casi igual; el católico debe caminar de rodillas sobre piedras
para hacer penitencia, y el evangélico arminiano debe caminar el pasillo y
bautizarse otra vez). En lugar de mirar solo a Cristo, quien me imputó sus
méritos una vez y para siempre, debo
intentar propiciar a Dios mediante varias obras de caridad para demostrar una
vez más que soy digno de ser justificado.
Esta incertidumbre le
roba al pecador el gozo de su salvación, de la victoria sobre el pecado,
y le roba a Dios la gloria en salvar soberanamente.
Este último
punto fue el más importante para los reformadores. Todas las “solas” de la
Reforma se dirigen al más grande “Soli Deo Gloria”, ¡Solo a Dios la gloria! Las
cinco solas se tratan de cuál es la verdadera religión bíblica. ¿Es la
salvación un proceso confuso en que tanto Dios como el pecador cooperan para
ver si acaso se salva, o es la salvación “de Jehová”? Los reformadores
contestaron con firmeza que Dios en Cristo es “Autor y Consumador de la fe”,
¡real y completamente! Si es así, Dios debe recibir toda la gloria. Algo menos
no es la religión que la Biblia enseña; es robarle a Dios lo que es suyo. Es
idolatría.
Una última
palabra: Hay muchos, tanto católicos como evangélicos, que no son consistentes
en sus creencias. Están confundidos por las iglesias en que se encuentran. Su
teología, cuando tratan de expresarla, es incoherente, inconsistente. Sin
embargo, de rodillas en oración, ellos están conscientes de que dependen
totalmente de la gracia de Jesucristo, y sus vidas en la práctica reflejan una
fe verdadera. A estas personas hay que ayudarles a comprender las malas
enseñanzas que los han confundido para que se unan a la Iglesia de Jesucristo
en darle a Dios toda la gloria por el don de la fe que ha obrado en su pueblo
por gracia.
¡Soli Deo
Gloria por su don de la fe!
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Boletín Teológico Clir, Reforma Siglo XXI, Volumen 18, N°1, Abril 2016;
"El legado Reformado de la Iglesia de Hoy", pág 48-54
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