David Helm
El cuerpo del gran hombre descansa
en una cripta bajo el suelo de piedra de la King’s College Chapel en Cambridge,
Inglaterra, justo en el acceso oeste. El lugar tiene dos inscripciones: “CS”, y
el año en el que este hombre murió (“1836”). Ambas han sido grabadas en el
pavimento de piedra y rellenadas con plomo. Si alguna vez tienes la oportunidad
de estar de pie en ese lugar —como yo lo hice una vez con asombro— debes saber
esto: los huesos viejos bajo tus pies pertenecen a uno que trajo de vuelta la
Biblia al centro de la vida de la iglesia en Inglaterra.
Fue un
triste día de noviembre de 1836, cuando no menos de 1.500 académicos asistieron
al funeral de Charles Simeon. En números sin precedentes para aquella época, la
gente vino a presentar su respeto a este pastor y predicador.(1) Charles
Simeon fue un regalo, un regalo de Dios, para la gente de su generación.
Simeon
también es un regalo para nuestra generación. Sus instintos para el evangelio
han aguantado la prueba del tiempo y pueden causar una fresca impresión en la
predicación de nuestros días, pues la predicación de Simeon tenía mucho de lo que
nuestra predicación carece.
¿Qué es lo
que nos falta? ¿Cómo podemos beneficiarnos?
Las
respuestas son sorprendentemente simples y apuntan al corazón mismo de lo que
se conoce como la predicación expositiva. En gran medida, la convicción de este
gran hombre acerca de la Biblia era la fuente misma de su influencia. Simeon
creía que una explicación de la Biblia sencilla y clara es lo que hace que una iglesia
sea sana y feliz. La exposición bíblica lleva a cabo el pesado levantamiento
que hace falta para edificar una iglesia. Esta permanente creencia nunca dejó a
Simeon. Por cuarenta y cuatro años, y desde un único púlpito de un pueblo
universitario, incansablemente se dio a sí mismo a la primacía de la
predicación. Semana tras semana, año tras año y década tras década, permaneció en
el púlpito y declaró la Palabra de Dios con claridad, simplicidad y poder.
Simeon definió su convicción acerca de la exposición bíblica de la siguiente manera:
Mi esfuerzo consiste en sacar de la Escritura lo que
está ahí, y no meter lo que pienso que podría estar
ahí. Tengo
un gran celo en esta cabeza; nunca hablar
más o menos
de lo que creo que es la mente del Espíritu
en el
pasaje que estoy exponiendo.(2)
Simeon veía al predicador como
alguien que tenía el deber de aferrarse al texto. Estaba comprometido a permanecer
en la línea, no elevándose nunca por encima del texto de la Escritura para
decir más de lo que esta decía y nunca cayendo por debajo del texto reduciendo su
fuerza o plenitud.
Esta
convicción —este maduro control— es frecuentemente olvidada hoy por aquellos
que manejan la Palabra de Dios. Francamente, esta es la perdición de muchas de
nuestras iglesias, incluso de las que son sanas doctrinalmente. Mucho de lo que
pensamos que es predicación bíblica fiel en realidad yerra el blanco a causa de
una falta de control. Y permíteme ser el primero en admitir que no siempre he
ejercido el dominio para sacar solo aquello que se encuentra en la Escritura.
Mi oración es que este pequeño libro, entre otras cosas, pueda ser usado por
Dios para ayudar a explorar cómo los maestros y los predicadores de la Biblia
pueden redescubrir esta convicción.
Pero no
solo es la convicción de Simeon la que vale la pena considerar. Los objetivos
de Simeon en la predicación deben ser redescubiertos. Él enmarcó firmemente sus
fines para la exposición bíblica de la siguiente forma:
Humillar al
pecador;
exaltar al
Salvador;
promover la
santidad.(3)
No se puede decir más claro. Estos
objetivos deberían guiarnos hoy. Nuestro mundo —como el de Simeon—necesita
saber desesperadamente lo bajo que ha caído la humanidad, lo alto que Jesucristo
ha ascendido, y lo que Dios requiere de su pueblo. La mejor y única manera de
ayudar a este mundo es proclamar las palabras de Dios en el poder del Espíritu.
¿Cómo hacemos esto? ¿A qué se asemeja?
Las
respuestas se encuentran en la predicación expositiva. La predicación
expositiva es la predicación poderosa que somete correctamente la forma y el
énfasis del sermón a la forma y el énfasis del texto bíblico. De este modo, extrae
del texto lo que el Espíritu Santo puso allí —como dijo Simeon— y no pone en el
texto lo que el predicador piensa que podría estar allí. El proceso es un poco
más complejo. El resto de este libro trata acerca de esto.
Comenzaremos
pensando acerca de los errores que tantos de nosotros cometemos, errores que
resultan particularmente de nuestros intentos por contextualizar. Luego
consideraremos los retos y las exigencias de hacer la exégesis de un texto,
entender un texto a la luz del canon entero de la Biblia y, entonces,
predicarlo a nuestro propio contexto.
Aunque este
libro servirá adecuadamente como una introducción a la predicación expositiva,
una de mis esperanzas es que para la persona que ya está predicando o enseñando
la Biblia, sea una herramienta útil para examinar lo que está haciendo en el
presente. Casi tiene la intención de ser una guía de “seguimiento”, una manera
de dar al lector la oportunidad de preguntarse a sí mismo: “Bien, ¿es esto lo
que estoy haciendo? ¿Estoy realmente sacando solo aquello que está en la Escritura?
¿Lo estoy haciendo de modo que adecuadamente humille al oyente, exalte al
Salvador y promueva la santidad en las vidas de los que están presentes?”.
Las
exigencias y los retos de la predicación expositiva son muchos. Y progresar en
nuestra habilidad para manejar la Palabra de Dios con fidelidad no será fácil. Pero
estoy seguro de esto: si los predicadores y los líderes de la iglesia de hoy
permiten que la simplicidad de la convicción de Simeon y sus objetivos nos
hablen desde la tumba, la salud y la felicidad de la iglesia pueden ser
restauradas.
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1. Para los
detalles en torno al funeral y lugar de entierro de Charles Simeon, estoy en
deuda con William Carus. William Carus, Memoirs of the Life of Rev. Charles Simeon
(Memorias de la vida del Rev. Charles Simeon) (London: Hatchard and Son, 1847),
582-83.
2. Handley
Carr Glyn Moule, Charles Simeon (London: Methuen & Co., 1892), 97.
3. Charles
Simeon, Horae Homileticae (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1847), xxi.
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David Helm, La Predicación Expositiva
(2014), pág. 11-15, 9Marks.-
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