miércoles, 7 de julio de 2021

Juan Calvino (Frases) "Mi único propósito..."


 

"Mi único propósito ha sido preparar adecuadamente e instruir a los que quieran entregarse al estudio de la teología." 

- La Institución de la Religión Cristiana, Juan Calvino.-

jueves, 11 de marzo de 2021

Observando el Bautismo como un Medio de Gracia por Matt Ryman (CLIR)



Observando el Bautismo como un Medio de Gracia
Matt Ryman

Tomate un momento para recordar la última vez que observaste un Bautismo. Probablemente fue durante un servicio de adoración. El pastor seguramente tomó tiempo para recordarle a la congregación lo que es el Bautismo y lo que representa. Una vez administrado el sacramento, la congregación puede haber respondido con aplausos. Fue un momento especial para el bautizado y para su familia. Pero si eres un creyente, también debía ser especial para ti. 
        Los cristianos creen que el Bautismo es un medio de gracia para quien está siendo bautizado. De lo que algunos no se dan cuenta es que el Bautismo es también un medio de gracia para los creyentes que observan el Bautismo de otros. El Catecismo Mayor de Westminster dice que observar el Bautismo de otros nos da la oportunidad de practicar “el deber muy indispensable (pero muy olvidado) de aprovechar nuestro Bautismo” (P y R 167). Aprovechamos nuestro Bautismo tratando de experimentar su significado de maneras más profundas y poderosas y viviendo sus implicaciones. Si bien podemos pensar en el significado del Bautismo en cualquier momento, podemos hacerlo de una manera única cuando observamos un Bautismo. 
        Es importante recordar ciertas cosas sobre los sacramentos: El Bautismo y la Santa Cena son los dos únicos sacramentos que Jesús instituyó para la Iglesia; ambos son medios de gracia; ambos implican señales sensibles (cosas que podemos ver, tocar, probar, etc.); y, para ambos sacramentos, es imperativo hacer una distinción clara entre las señales y las cosas señaladas. 
        En la Santa Cena, por ejemplo, el pan y el vino son las señales, y el cuerpo quebrantado y la sangre derramada de Cristo son las cosas señaladas. A medida que consumimos los elementos físicamente, nos alimentamos de Cristo espiritualmente. Nuestros corazones y mentes no se centran en las señales, sino en lo que señalan: La muerte sacrificial de Cristo por nosotros. Al meditar sobre lo que Cristo ha hecho por nosotros en la cruz, experimentamos “sustento espiritual y crecimiento en gracia” (CMW, 168). Y aunque no hay nada mágico en ellas, las señales, al involucrar nuestros sentidos, desempeñan un papel importante en nuestra experiencia. De hecho, creo que es importante que la congregación vea al pastor partir el pan cuando administra la Santa Cena. Pero volvamos a ver cómo observar un Bautismo es un medio de gracia para los creyentes. 
        Al igual que con la Santa Cena, hacemos una distinción entre la señal y la cosa señalada en el Bautismo. Históricamente, los cristianos han reconocido que varias cosas son representadas en el Bautismo: la unión con Cristo, el perdón de los pecados, la regeneración, la adopción, la nueva vida y la resurrección. Pero ¿cuál es la señal? La mayoría diría que el agua, y yo estaría de acuerdo. Pero sugeriría que hay más que eso. 
        El Catecismo Mayor de Westminster describe la administración del Bautismo de esta manera: “el lavamiento con agua, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (P y R 165). En la Palestina del primer siglo, bautizar algo era lavarlo (ver Marcos 7:4). Podríamos decir que la señal no es solo agua, sino lavar con agua. Esto significa que, independientemente de qué modo de administración creamos apropiado, cuando observamos un Bautismo, vemos a alguien siendo lavado por otra persona. Piensa en eso. 
        Recuerda que Juan el Bautista dijo: “Yo os bauticé con agua, pero Él os bautizará con el Espíritu Santo” (Marcos 1:8). Esta es la razón por la que observar un Bautismo es un medio de gracia para el creyente. Ver cómo el pastor lava la suciedad de una persona con agua sirve como una imagen de Jesús lavando y quitando nuestro pecado con el Espíritu Santo. Y nuestra fe es la prueba de que Jesús ha lavado verdadera y permanentemente nuestro pecado. Pero eso no es todo. 
        Cuando observamos un Bautismo, también debemos recordar el Bautismo de Jesús. Imagina la escena. Jesús vino a ser bautizado en el río Jordán. Juan el Bautista exclamó: “Yo necesito ser [bautizado] por ti, ¿y tú vienes a mí? Y respondiendo Jesús, le dijo: Permítelo ahora; porque es conveniente que cumplamos así toda justicia. Entonces Juan se lo permitió” (Mt. 3:14–15). ¿Qué estaba pasando? Jesús inauguró su ministerio siendo bautizado. Al hacerlo, se identificó con los pecadores que necesitaban desesperadamente que sus pecados fueran lavados. El evangelio de Marcos nos dice que Jesús fue bautizado después de que “toda la región de Judea, y toda la gente de Jerusalén” fuera bautizada por Juan (Marcos 1:5). Sinclair Ferguson captura maravillosamente la importancia del momento. Él escribe: “Aquí ya [ Jesús] indica cómo se convertirá en nuestro Salvador: al estar en el río en cuyas aguas los judíos penitentes habían lavado simbólicamente sus pecados, y permitiendo que esa agua, contaminada por esos pecados, fuera derramada sobre su ser perfecto”. Por lo tanto, un Bautismo no solo sirve como una imagen de Jesús lavando nuestro pecado, sino también como una imagen de cuando Él tomó nuestro pecado sobre sí mismo. E incluso proporciona una imagen de la cruz. Recuerda que Jesús se refirió a su muerte en la cruz como un bautismo (Marcos 10:38; Lucas 12:50). En la cruz, Dios derramó su ira por nuestro pecado sobre Jesús, en lugar de nosotros. A través de un sufrimiento inimaginable, nuestro pecado fue lavado, y ahora está tan lejos de nosotros como el oriente del occidente (Sal. 103:12). 
        Cuando tengas la oportunidad de observar un Bautismo, mira estas cosas a través de la fe. Cree que Jesús ha lavado tu pecado. Cree que Él tomó tu pecado sobre sí mismo. Y cree que tu pecado fue lavado en la cruz y se ha ido para siempre. Pocas cosas preparan nuestros corazones de forma tan poderosa para la adoración.

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- Matt comenzó a trabajar en la UPC como pasante del Ministerio Juvenil a medio tiempo en el 2006. Tras obtener su M.Div del Seminario Teológico Reformado (Orlando) en el 2009, recibió su llamado a Pastor Asistente de Juventud y Familias. En el 2011, recibió el llamado a Pastor Asociado, y en el 2013 fue ordenado como Pastor Principal de la UPC. Matt se preocupa profundamente por presentar el Evangelio “a nuestros vecinos y a las naciones”. Si Dios quiere, completará su D.Min (en RTS) en el 2020. Matt está casado con Hana y tienen cuatro hijos.
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- Boletín Teológico Clir, Reforma Siglo XXI, Volumen 22, N°1, abril 2020; "Pandemia", pág. 68-72

domingo, 7 de marzo de 2021

Covid-19 y “La Guerra” Guillermo Green (CLIR)


Covid-19 y “La Guerra”
Guillermo Green

La pandemia del covid-19 ha provocado varias escaramuzas sociales en los diferentes países. Los sectores empresariales han luchado con las medidas de cierre que los gobiernos han aplicado. Las escuelas (especialmente las privadas) están luchando actualmente con las medidas impuestas por los Ministerios de Salud. Gobiernos municipales luchan contra gobiernos federales porque se ven con menos ingresos debido a los cierres. Y así sucesivamente, se está provocando roces y fricción entre un sector y otro.
          
          Sin embargo, hay una guerra invisible que es una de las peores que la crisis del Covid saca a la luz. Hemos escrito anteriormente (véanse entradas en el blog de Reforma Siglo xxi) que la pandemia sacaría a la luz nuestras debilidades sociales, políticas, económicas y religiosas. Así son las pruebas en la vida. Las llamamos “pruebas” precisamente porque prueban si estamos bien o no, y muestran dónde están las fallas. Todo cristiano da gracias a Dios por las pruebas, porque Dios las usa para mejorarnos y acercar nuestras vidas y familias más a Él y a su gloria. Sugiero que esta pandemia está sacando a la luz una verdadera guerra: la guerra familiar.
           
          Dejaré el asunto de relaciones matrimoniales para otro momento, aunque sin duda el COVID-19 ha probado esas relaciones también. Aquí urge tocar la guerra que todo padre cristiano tiene por la mente y el corazón de su hijo. Escuché hace poco un predicador decir: “El mundo quiere el corazón de su hijo, y juega para ganar, no para perder”. ¡Palabras ciertas! Debemos meditar en varios puntos.
          
          1) Muchos padres piensan que sus hijos son “sus hijos”. Este es el error número uno. Oigamos lo que dijo Dios por medio del profeta Ezequiel, denunciando la actitud de los padres israelitas:

…Además de esto, tomaste tus hijos y tus hijas que habías dado a luz para mí, y los sacrificaste a ellas para que fuesen consumidos. ¿Eran poca cosa tus fornicaciones, para que degollases también a mis hijos y los ofrecieras a aquellas imágenes como ofrenda que el fuego consumía? (Ezeq. 16:20-21 RVR60)

          En este pasaje encontramos a Dios sumamente airado por el descuido imperdonable de entregar a los hijos a dioses falsos. Probablemente, aquí se refiera a la horrible religión de Moloc, en la cual se colocaban infantes recién nacidos en la boca de un ídolo de metal calentado con fuego, y básicamente se incineraba a los bebés, todo en nombre de una “piadosa ofrenda” al dios de ellos.

          Quiero que notemos lo grave del asunto. Dios señala no solo el escándalo de sacrificar vivos a los bebés. Dios dice que eran sus hijos. ¡Estaban sacrificando lo que ni siquiera les pertenecía! Y esto Dios lo había dejado claro al comienzo de su nación (véase Deuteronomio 6). Los hijos de los israelitas pertenecían a Dios, Dios los daba, los prestaba, para que el padre creyente los preparara y los entrenará en sus mandamientos, para que como adultos le sirvieran. Descuidar su preparación era sumamente grave. ¡Tomarlos y entregarlos a un dios falso era imperdonable! Y pagaron con la destrucción de su vida, su ciudad y su templo. Recuerde que Ezequiel escribe desde Babilonia —Nabucodonosor ya había destruido todo lo que tenía el pueblo de Israel—.

          Los hijos de los cristianos no son “sus hijos”. Pertenecen a Dios de una manera muy especial. Por esa razón, Dios los sella con el Bautismo, los reclama para sí y encarga a los padres bajo voto solemne “criarlos en la disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Aún si solo uno de los padres es cristiano, Pablo afirma que sus hijos son apartados, son “santos”, están bajo las obligaciones del pacto (1 Corintios 7:14). Los padres cristianos darán cuenta al Dios de pacto por los hijos que Él les encomendó. El propósito de Dios al entregarlos en el seno de un hogar cristiano es que sean preparados para servir en su reino un día. Uno de los desastres más grandes y tristes es la poca importancia que los padres cristianos dan a su responsabilidad con sus hijos ante Dios.

          2) Hablemos de una verdadera guerra. A lo largo de toda la historia, la verdadera “guerra espiritual” ha sido por los hijos que Dios entrega en el seno del hogar cristiano. Es difícil encontrar cifras exactas, pero todo apunta a que muchos hijos de padres cristianos están abandonando la Iglesia al salir de la casa. A menudo, los padres no dan la importancia debida a la voluntad de Dios de que preparen soldados cristianos. Hay un pasaje poco recordado, pero impresionante en el libro de los jueces que aquí citamos. Fíjese que Dios dice que iba a probar a su pueblo duramente para que los hijos “aprendieran la guerra”.

Las siguientes naciones son las que el SEÑOR dejó a salvo para poner a prueba a todos los israelitas que no habían participado en ninguna de las guerras de Canaán. Lo hizo solamente para que los descendientes de los israelitas, que no habían tenido experiencia en el campo de batalla, aprendieran a combatir. Quedaron los cinco príncipes de los filisteos, todos los cananeos, y los sidonios y heveos que vivían en los montes del Líbano, desde el monte de Baal Hermón hasta Lebó Jamat ( Jueces 3:1-3 NVI).

          En el caso citado, la guerra que debían aprender era una guerra de combatir enemigos con espada y lanza, una guerra física con sangre y muertes físicas de familiares. Sin embargo, sabemos que el resto del testimonio bíblico (del AT y NT) habla de lucha, combate y peligros espirituales también. A menudo se juntaba el peligro físico con la lucha espiritual, como por ejemplo en el caso de Daniel cuando fue arrojado a los leones. En última instancia, la lucha espiritual es más importante y más peligrosa que la física. Perder esa guerra es perderlo todo. Pedro les recuerda a sus lectores: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8; RV60). Pablo exhorta a ponernos toda la armadura de Dios “para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firme” (Efesios 6:13ss).

          Dios dejó enemigos en la tierra de Palestina específicamente para que los israelitas enseñaran la guerra a sus hijos. Esto no sucedió, los padres fallaron, y conocemos la historia desastrosa del tiempo de los jueces. Dios tuvo que levantar a un rey, David, para vencer a los enemigos y así traer la paz prometida de Dios. Pero no aprendieron la lección, y luego los padres israelitas dejaron de instruir a sus hijos en el pacto de su Dios y los entregaban a los dioses falsos de las naciones impías. Todo el Salmo 78 se dedica a relatar los tristes resultados de cuando los padres no pasan fielmente el pacto de Dios a la siguiente generación.

          ¿Cuántos padres hoy por descuido, pereza y desobediencia están entregando sus hijos a los dioses falsos del egoísmo, placer, drogas, sexo ilícito, consumismo u otro? ¿Cuántos padres están más entretenidos con sus teléfonos, ‘chateando’ con amigos mientras sus hijos no están aprendiendo la guerra, y por lo tanto serán devorados pronto? ¿Cuántos hijos aprendieron de sus padres que “vivir una vida virtual falsa (en el internet)” es más divertido que tener que pensar en matar canaanitas (en sentido figurado)? El nivel de descuido espiritual que está sucediendo en la Iglesia es igual o peor que cuando los israelitas asaban a sus hijos en la boca de Moloc. Solamente que es un ‘asado lento’ y por eso nadie se queja.

          El COVID-19 viene a poner a prueba cómo es la vida en el hogar. Tener a los hijos en la casa muchas horas más habría sido una gran oportunidad para avanzar en su entrenamiento para la guerra. Mi pregunta para usted, querido padre cristiano, es esta: ¿Cuánto ha avanzado en adiestrar a su hijo para la vida futura? ¿Cuánto más ha aprendido de las Escrituras? ¿Cuánto ha podido conversar sobre los peligros intelectuales y espirituales del Internet?

          Hoy la Iglesia cristiana languidece en demasiada apatía, a pesar de las pruebas que Dios provee para nuestra mejoría. Si no hay cambios drásticos y rápidos, lo único que nos podrá esperar es una opresión de los madianitas, o peor aún, un exilio drástico bajo Nabucodonosor. Hoy es el momento de arrodillarnos ante el Señor en arrepentimiento, y levantarnos a cumplir con nuestra vocación. Entrenar soldados no es tarea ni fácil ni rápida, pero dará excelente fruto para el reino de Dios. Padre cristiano, ¡a la lucha que sí vale la pena! Dele gracias a Dios por el COVID-19, porque viene a sacar a la luz posibles debilidades en nuestros hogares.


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- Guillermo Green y su esposa, Aletha, han sido misioneros en Costa Rica desde 1985. Ha trabajado en la plantación de iglesias y ha sido pastor de la Iglesia Presbiteriana y Reformada Pacto de Gracia durante 13 años. Es autor de varios libros y artículos, conferencista y profesor. Actualmente es el Secretario Ejecutivo de la Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas.
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- Boletín Teológico Clir, Reforma Siglo XXI, Volumen 22, N°2, octubre 2020; "Pandemia", pág. 28-33

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