LA
PREDICACIÓN EBRIA
David Helm
Salgamos
del estudio y pensemos en cómo usamos la Biblia en el púlpito. El poeta escocés
Andrew Lang una vez propinó un golpe humorístico contra los políticos de sus
días con una frase ingeniosa, acusándoles por su manipulación de las
estadísticas. Con una leve alteración del lenguaje, la ocurrencia bien podría
decirse en contra de muchos maestros de la Biblia en la actualidad: “Algunos
predicadores usan la Biblia de la manera que un borracho usa una farola (poste
de luz)… más para apoyo que para iluminación”.
Este es el predicador ebrio. Supongo que no te tengo que decir que no
deberías ser uno de ellos. No obstante, el hecho es que muchos de nosotros lo
hemos sido y simplemente no lo sabíamos.
Me explico. Aquellas semanas en las que hemos estado en el púlpito,
apoyándonos en la Biblia para dar soporte a lo que queríamos decir, en lugar de
decir solamente lo que Dios quiso que la Biblia dijera, hemos sido como un
hombre bebido que se apoya en una farola (usándola más para apoyo, que para
iluminación). Una mejor postura para el predicador es quedarse justo debajo del
texto bíblico. Porque es la Biblia —y no nosotros los que predicamos— la
Palabra del Espíritu (cf. He. 3:7; Jn. 6:63).
Con décadas de ministerio pastoral a mis espaldas, puedo pensar en miles de ocasiones en las que he sido el predicador ebrio. He ido a la Biblia para apuntalar aquello que pensaba que era necesario decir. La Escritura se convirtió en una herramienta útil para mí. Me ayudó a lograr lo que tenía en mente. En ocasiones, perdí de vista el hecho de que soy yo el que se supone que tiene que ser la herramienta (alguien a quien Dios usa para sus propósitos divinos). Debo proclamar la luz que él quiere derramar desde un texto en particular.
Lo que me sucedió en el pasado puede sucederle a cualquiera de nosotros.
Hay una amplia variedad de maneras en las que podemos usar la Biblia como un borracho
usa una farola. Tal vez tengas posturas doctrinales muy fuertes, las cuales se
convierten en el mensaje central de cada pasaje que predicas, sin importar lo
que el texto esté diciendo. Quizá saques conclusiones políticas, sociales o
terapéuticas, sin importar lo que el Espíritu tenía en mente en el texto. En
esencia, nuestra tendencia a la predicación ebria por encima de la predicación expositiva,
deriva de una cosa: imponemos nuestras más profundas pasiones, planes y
perspectivas sobre el texto bíblico. Cuando hacemos esto, la Biblia se
convierte en poco más que un apoyo para lo que queremos decir.
Desde mi experiencia personal, puedo decir que mis propias luchas con la
predicación ebria siempre están conectadas a una adhesión ciega a la
contextualización. Y esto es lo que he aprendido: las necesidades de mi congregación,
tal y como las percibe mi entendimiento contextualizado, nunca deberían
convertirse en el poder que controla lo que digo en el púlpito. No somos libres
para hacer lo que queramos con la Biblia. Ella es soberana. Ella debe ganar.
Siempre.
Nuestro papel como predicadores y maestros de la Biblia es ponernos debajo de la luz iluminadora de las palabras que hace mucho fueron escritas por el Espíritu Santo. Nuestro trabajo es decir hoy lo que Dios dijo una vez y nada más. Porque al hacer esto, él sigue hablando.
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David Helm, La Predicación Expositiva (2014),
Pág. 28-34, 9Marks. –
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